sábado, diciembre 30, 2006

Una sanación animal y divina.

Desde que tengo conciencia, es decir desde mis dos años y medio, hasta que tuve unos treinta años, sufrí un miedo exagerado e irracional a los perros; no me refiero a una precaución razonable sino a algo muy posesivo de mis reacciones.

Cuando tenía siete años viví una de las experiencias más notables debido a ese pánico profundo. En las preparatorias que estaban en una esquina sur-oriente de la respectiva manzana, en una casa colonial auténtica, en mi querida ciudad cordillerana de provincia, porque ahí, lo que en otros lados se siente como terremoto, no pasa de sentirse como temblor, debido a la estructura geológica. En el hemisferio sur donde vivo, el sur de una construcción es donde está siempre en sombra. La puerta de entrada se abría hacia el oriente; el segundo patio estaba al poniente del primero, la esquina nor-poniente del segundo patio era el único rincón de los perímetros de ambos patios que no tenía corredores. En el segundo patio estaba como única sala de clases: la que me tocó ese año, también estaban las dependencias donde las alumnas de las humanidades que tenían clases a unas cinco cuadras de ahí, iban a hacer su clase de "economía doméstica", es decir, iban a la casa de las preparatorias o "Anexa", sólo a sus clases de cocina con los accesorios que para mí eran como un disfraz muy entretenido; también en ese segundo patio estaban los baños al costado norte y en el pedazo de corredor hacia el poniente, podíamos jugar ping-pong; el suelo era de tierra con piedras de huevillo dispersas porque toda la tierra de la ciudad era así; y sin vegetación; en tanto que en el primer patio donde los corredores al costado norte del patio y parte norte del poniente habían sido transformados en galería; estaban las puertas de casi todas las otras salas de preparatorias y de sección técnica femenina que enseñaba costuras y tejidos, también de la inspectoría; tenía un hermoso empedrado de huevillo con las piedras colocadas como cuadriculado en casi toda su extensión y en forma radial alrededor de unos pequeños círculos de tierra que habían sido dejados para poner arbustos; sólo algunos estaban ocupados y sí había un camelio que yo, simplemente, adoraba. Solía haber más sombra agradable en el primer patio. La sala de la quinta preparatoria tenía ventanas a ambos patios y su puerta estaba en el pedazo del corredor al sur de los dos patios que era como un túnel entre ellos. La puerta de la sala que nos tocó ese año estaba a pocos pasos hacia el poniente, apenas saliendo del túnel. El rincón sin corredores quedaba prácticamente en diagonal respecto a la puerta de nuestra sala que además tenía el piso como un peldaño más abajo que el corredor. Todas las casas coloniales tenían entradas elevadas sobre la calle y estaban construidas de modo que no les entrara agua en algunos inviernos, cuando se desbordaba el río que corre al sur de la ciudad y en realidad es como la mayoría de los ríos chilenos "cortos, correntosos y de poco caudal", debido a la corta distancia y enorme desnivel entre la cordillera y el mar; lo mismo hace que en inviernos lluviosos en el valle y nevosos en la cordillera, los ríos se transformen en lagos pasajeros; entonces, al quedar la ciudad sumergida en ese verdadero lago, no entraba ni una gota de agua en las casas auténticamente coloniales, debido a sus puertas elevadas sobre el nivel de las calles, sus cimientos y parte baja de las paredes exteriores, embreados; en fin, debe haber sido una lección que aprendieron los primeros colonos y que fructificó después.
En ese rincón del patio sin corredores, un compañero de curso, ya que los primeros cursos eran mixtos; me asustó con un perro que yo jamás había visto; salí corriendo, veloz y aterrorizada, cruzando en diagonal ese segundo patio; el impulso y los desniveles hicieron que al huir, buscando refugio en mi sala, no tocara el suelo al entrar; pasé como celaje sobre las mesas y llegué rápidamente al hueco de la ventana de mi sala que daba hacia el sur, tenía barrotes, era grande para un niño como todos en las ventanas de esas casas con paredes exteriores muy gruesas y estaba a bastante altura sobre el suelo, más arriba de la superficie de las mesas de la sala de clases. En primera instancia se interpretó como un desorden mío. Creo que el mal entendido se aclaró muy pronto.

Cuando tenía no menos de treinta ni más de treinta y un años, lo que puedo ubicar debido a otras circunstancias, en Santiago donde vivo desde dos meses antes de cumplir diecisiete años, vivía entonces en un conjunto formado por dos patios largos de norte a sur, entre tres edificios que tenían el extremo sur hacia el muro del fondo del conjunto y el norte hacia la vereda, de excelente calidad de construcción, con paredes muy sólidas como divisiones interiores de los departamentos, aunque sin estacionamiento, debido a la fecha en que se construyeron en que no se consideraba ese aspecto: habría sido futurista. Teníamos entrada al departamento en que vivíamos por un patio y los ventanales hacia otro. Para tender ropa lavada, siendo dos adultos con dos niños pequeños y viviendo en un primer piso, debía hacerlo bajo el balcón del segundo piso, en el rincón sur-poniente del patio al que daban nuestras ventanas que ocupaban todo el largo de ese costado del departamento entre ciertas alturas, y eran enrejadas; para eso, debía poner un tiesto con la ropa en una ventana y dar la vuelta, pasando unos pocos metros por la vereda para entrar al otro patio donde tenía unos secadores. En otro costado de la misma manzana, había un estacionamiento administrado por un matrimonio de ancianos que todavía vivían buenos tiempos. Iba yo caminando esos pasos por la vereda, dirigiéndome a colgar ropa, cuando uno de los perros del estacionamiento, que era muy grande y claro, pone sus patas delanteras en mis hombros y me da un gran lengüetazo en la cara. Alcancé a decir, "¡Oh!" y en seguida, ese miedo que me había dificultado tantos años de mi vida, desapareció como por encanto y para siempre. El cariño de un animal y la misericordia divina hicieron que esa sanación fuera profunda y definitiva.