martes, septiembre 18, 2007

Majamama.

Estoy hecha una majamama. Y en este enredo, fabricándome el buen ánimo con todo tipo de actividades, incluso espirituales, a veces creo estar bien y los sucesos de mi vida diaria me indican que no lo estoy. El domingo 9 en la noche, a la salida de misa, casi me atropella un vehículo muy grande. No supe como alcancé a oír el chirrido de los frenos y estuve de un salto en la vereda para la que me faltaban unos tres pasos para llegar. Una vez ahí, caminé un par de pasos muy lentos, asombrada de todo, incluso de mi propia tranquilidad, al menos eso me parecía. Un cuidador de autos en la vereda del frente, me dijo varias frases con tono protector, de las cuales, lo único que distinguí fue que me decía: “¡Nunca más, señora!” Claro, él no tenía un hijo a quien fueran a operar al día siguiente y con tantos problemas aflictivos, de los cuales, gracias a Dios, algunos han ido solucionándose. De todos modos le di las gracias por su preocupación, no sé si habrá podido oírme. También, una vez que crucé ahí que no es lo más seguro, pero no las tenía todas conmigo, ya estaba en la enorme manzana de parcelas, las cuales actualmente, la mayoría se han convertido en pasajes, incluyendo en el que vivo. Interiormente daba gracias a Dios por la escapada. Me sentía inmensamente protegida y no sabía todavía lo que me esperaba al día siguiente. De todos modos, llevaba un mes y medio, sintiéndome más que nunca en las manos de Dios; siempre lo estamos en verdad, mas, en algunas situaciones se siente más.

Ahora, se trataba que desde hacía como un mes y medio, los problemas de salud de mi hijo mayor y sus consecuencias me producían un intenso sufrimiento; le fallaba la tiroides hacía muchos años y nos encontramos entonces sólo con endocrinólogos que no querían compensarle su deficiencia si no adelgazaba antes, lo cual era un disparate, pero yo no lo sabía y él tampoco; y como ya era tan antigua la situación, no se hablaba de eso. Para colmo, unos ocho o nueve años antes de que mi hijo mayor empezara con esos problemas, le creí a un médico que me compensó bien a mí y me respondió al preguntarle, que no debía preocuparme por mis hijos, pues lo mío era una falla genética que se manifestaba sólo en mujeres, al final de la adolescencia o después, y como mis hijos son hombres, no iba a pasarles lo que me había sucedido a mí; ya que yo misma estuve viviendo desde mis diecinueve a mis treinta y cuatro años, una situación en que me recetaban Proloid que era un chancado de tiroides de oveja, en tabletas; y luego me lo desaconsejaban diciéndome que podía hacerme daño. Cuando tenía veinte años, un médico que me mantuvo bien, me dijo al recetarme: “Todo su organismo está funcionando un sesenta por ciento.” Desgraciadamente, no lo volví a encontrar, pues me atendía en un servicio donde me veía el médico que me tocaba. Aunque después, en otra etapa de libre elección, la situación fundamental no varió: los médicos que mejor me mantenían por un tiempo, después se desdecían a sí mismos. El resultado final que se pudo apreciar después de esos quince años, fue que tuve buenas temporadas cuando tomaba esas tabletas y malas cuando no las tomaba, y en estas últimas, me desesperaba mi propia lentitud y tomaba mucho café para espantar el sueño que sentía, pero no bastaba: no lograba funcionar normalmente; incluso una vez, para rendir una prueba en la universidad, cuando estaba en una de esas temporadas malas, tomé Ritalin antes de la prueba y fue espantoso: se me aceleró muchísimo el corazón, entré en una especie de delirio y respondí puros disparates que jamás habría escrito en estado no delirante, cuando salí de la sala, me alejé unos pasos y bajé unos peldaños para salir del edificio, me di cuenta horrorizada de lo que había escrito. Esos quince años quedaron felizmente atrás cuando empezaron a recetarme levotiroxina, después de exámenes clínicos diversos, muchos de los cuales no existían cuando empecé con mis problemas de este tipo. Lo que sí me habían repetido varias veces, en los primeros seis años, fue beber en ayunas un agua con isótopo radiactivo de yodo 131, para luego detectarlo a través de una lámina de un material cristalizado, traslúcido a simple vista. Ahora, me han dicho que se ha encontrado que eso no sirve tanto para el diagnóstico como se creía entonces y que debe haberme destruido más la tiroides. También supe, poco después de tener a mi tercer hijo, a quien la neonatóloga le encontró signos de madre hipotiroídea, que me sentía mejor en los últimos meses de cada gestación porque si la tiroides mía no funcionaba lo suficiente (con tabletas o no), entonces la tiroides de mi hijo en el vientre, trabajaba para mí. Nunca antes lo sospeché siquiera.

Ni siquiera dudé de lo libres que estuvieran mis hijos de esto, cuando el mismo médico que me dijo que se manifestaba sólo en mujeres, me dijo terminantemente, en el mismo grupo de no más de tres años, que no existía cáncer mamario antes de los cuarenta años; y entonces, a pesar de que no me atreví a decirle nada, pensé irónicamente, si la hermana menor de mi mamá, a quien le extirparon las mamas por un cáncer mamario a sus treinta y un años, y a pesar de eso, murió de la metástasis, un mes y medio antes de cumplir treinta y tres años; habría sido un punto de error experimental en vez de un ser humano. Lo curioso, es que no dudé de ninguna de sus otras afirmaciones, ni siquiera como un ejercicio mental.

El lunes 10, en la tiroidectomía total programada, se encontró cáncer en el nódulo mayor de los que tenía mi hijo mayor en la tiroides, le extirparon además, dos ganglios que también estaban afectados, le rasparon la tráquea, y le sacaron el tejido graso circundante, incluyendo la paratiroides del lado canceroso. Fue una sorpresa indeseada. Ahora sigue, esperanza y mucho qué hacer y precaución. Espero en Dios que todo se resuelva bien.